Reseña de “Adentro tampoco hay luz”
La protagonista de esta historia, una nena que está por entrar en la pubertad, llega a la casa donde viven su abuela y su prima en el campo. Pero lo que sigue no es un idílico relato campestre. Al contrario, son mujeres aisladas, encerradas cada una en su propio desamparo, en una tierra yerma que ha dejado de ofrecer futuro.
Sin embargo, la mirada infantil logra abrirse paso como se abre paso la naturaleza. Es temporada de moras: el tiempo se rige por los frutos de los árboles, mientras una chancha o un lagarto se convierten en los mejores amigos. Desde esta visión, el mundo parece ser también una criatura y para explicarlo hace falta inventarlo con lo que hay a mano: imagen y descubrimiento.
Leila Sucari logra construir la voz de una niña, cuya capacidad de observación es ajena a los prejuicios de los adultos y por eso su lenguaje es pura iluminación. Distinguida con el primer Premio del Fondo Nacional de las Artes, “Adentro tampoco hay luz” se inscribe en la tradición de las novelas de iniciación, con una frescura sorprendente, que conmueve y hace reír en partes iguales.