Nunca nadie sabrá si cuando Carlos Mugica vio los ojos de su asesino, aquella noche del 11 de mayo de 1974, entendió que estaba allí debido a su inocencia. El cura de los pobres, nacido en aristocrática cuna, fue creyente fervoroso y, a la vez, crédulo compulsivo. Descubrió el peronismo proscripto en las barriadas populares, abrazó la insurgencia juvenil, fundó el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, fue confesor y amigo de los jóvenes Abal Medina, Ramus, Firmenich, entre tantos alumnos del Nacional Buenos Aires, cuando Montoneros no era ni siquiera el sueño de la organización armada que ajusticiaría a Aramburu y con la que terminaría enfrentado.
Mugica fue peronista de Perón. Volvió en el avión que trajo al General de regreso al país tras dieciocho años de exilio. Le creyó siempre. Y así, creyente y crédulo, aceptó a López Rega y también sumarse a la pantalla ministerial que “El Brujo” desplegaba desde Bienestar Social, la fachada pública de la criminal Alianza Anticomunista Argentina.
En El inocente, María Sucarrat recorre la vida, la pasión y la muerte de Carlos Mugica, en una biografía conmovedora que puede ser leída como una novela de la tragedia argentina de la segunda mitad del siglo xx, y cuyos alcances llegan hasta nuestros días.